Es extraño, ir y volver a los lugares donde a veces no
quieres regresar, y a otros tantos donde te sientes tan bien, pero todo es tan efímero
como bello.
Me sentí volar de nuevo, que con tan poquito mis alas se
elevan de nuevo y me llevan a pasear de nuevo el universo de esas cosas que
quiero hacer pero que no me traen el pan de cada día. Me sentí tan vivo de ver
que los trocitos de mí se reúnen de entre el suelo para no hacerme pensar en lo
roto que me veo últimamente. Lo extraño que se siente que te digan que no es
suficiente, o que vales la pena pero no lo necesario como para marcar por
siempre las vidas siempre. Y de todos siempre. Cálmate y vuelve, respira y
muere. Me dice a mí mismo como canciones que aún no he escrito las palabras
empiezan a revolotear como mariposas pero nunca me dejan apilarlas, son rebeldes
y amo su libertad. Que las leyes de la poesía no me dejan plasmar en mis
canciones, porque son estéticamente antiestéticas. A veces pienso que los
sistemas apestan como tales, diseñados para fallar y siguen funcionando,
siempre subversiva mi alma me dice que esos protocolos no son para mí. Las
letras ya no fluyen igual, me siento viejo y oxidado, incluso para hacer el
amor. Me agobia el pesar de creer que regrese a la monotonía de rutinas que me
mantienen dentro del sistema, que de nuevo me atrapo. Me siento mal, como si el
periodo de prueba me exigiera cambios. Mi mente me traiciona, y el sacrificio de
no querer sacrificar nada por mantenerlo todo en su lugar es casi imposible,
pero inminente.
Qué triste y patético ver a un músico escribiendo todo menos
canciones, arrinconado en su fracaso como obrero, y con los ojos tristes de ver
lo que hay del otro lado del cristal. Es casi como ver la respuesta de un pobre
infeliz que observa a un padre ordinario darle un caramelo a su hijo. Pero así
es la cosa, patético me siento. Revuelto y sediento, sin saber si lo correcto
es dejar de soñar para cumplir los sueños propios, o dejar de soñar para borrar
de mis manos la flama que una vez se extendió por todo el teatro municipal. Se
me oxidan las ganas de hacer algo, porque a nadie le parece, y si le parece; a mí
no me parece. Y aunque pareciese que desaparece me parece tan triste tener como
mejor opción ser una historia más que no se contara y quedara sepultada entre
la mierda que pesa en mi pueblo y no nos deja florecer, obligándonos a meter
las manos por unos cuantos adinerados genocidas con el poder de mil demonios,
pero pinta de maricas. Y aunque estas palabras suenen una y otra como campanas
en tu pecho mi sentir volátil se ira y regresara a conveniencia para hacerme
aflojar el paso y torturar mis esperanzas. Mutilándoles de a poco hasta que la
fuerza se les valla de las piernas y se arrastren como gusanos de carne pútrida
buscando la oscuridad de esta herida. El silencio se apodera del espacio convirtiéndolo
en vacío, irónicamente lleno de soledad. Ese soñador se está apagando, ojala y
nadie lamente el día que le dieron alas, que nadie le llore mil palabras vacías
llenas de envidia y rencor paternal, que nadie le ponga sobre el camino más
ventanas a donde ver. Que su ignorancia lo convierte en el triste objeto que no
sirve para mucho, no lo suficiente.
Qué triste que a nadie nos importa lo útil, solo lo
importante.
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